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El centenario de la Bauhaus vuelve a poner en el foco de nuestro interés la figura de su fundador, el arquitecto Walter Gropius (1883-1969), que en sus escritos y conferencias supo plantear muchos de los temas que, pese al profundo cambio de las condiciones y de nuestros juicios, nos siguen ocupando. La presente antología quiere dar a conocer este ideario, mostrando su diversidad y complejidad, contribuyendo así a una reconsideración crítica de la modernidad arquitectónica como la búsqueda de un arte omnímodo de alcance total que derribara los muros y las convenciones sociales que separaban al arte de la vida.
El joven Walter Gropius, procedente de una familia burguesa, había estudiado en Berlín y en Munich. En Berlin trabajó de 1907 a 1910 con Peter Behrens, el primer arquitecto contratado por una gran empresa industrial como responsable artístico; ésta es una circunstancia que hay que considerar determinante para la orientación ideológica de Gropius, el cual planteó siempre el problema de la edificación en nuestro tiempo en relación con el sistema industrial, con la producción en serie. La fábrica Fagus, de arquitectura revolucionaria, le dio en 1911 una fama que confirmó en Bolonia, en 1914, al construir para la exposición del Werkbund un palacio para oficinas de atrevida concepción estructural, estética y técnica.
La Primera Guerra Mundial, que lo reclamó al frente, interrumpió su actividad de constructor. Pero durante aquellos años fue madurando en su ánimo la conciencia de que tenía un deber humano muy elevado que cumplir: la arquitectura había de desempeñar un papel en el problema social que la posguerra plantearía con toda gravedad; y este problema social había de fundirse con el estético.
Al servicio de esta idea, Walter Gropius se apartó de los movimientos expresionistas y se dedicó a la enseñanza. En 1919 fundó en Weimar la escuela llamada Bauhaus, a la que está especialmente vinculada su fama. En ella los mejores artistas alemanes, rusos, eslavos y holandeses aprendieron los principios artísticos, teóricos y técnicos; la escuela se convirtió en un centro de vida y trabajo común. En la Bauhaus ideó Gropius su proyecto de "teatro total", y allí escribió sus obras más importantes.
La escuela, que se había trasladado de Weimar a Dessau, ocupaba el más bello edificio construido por Gropius; pero el acento revolucionario de su obra era tan patente y tan opuesto al ideario de Hitler que la escuela fue clausurada en 1933, coincidiendo con el ascenso al poder del nazismo. Gropius, que ya en 1928 había tenido que marchar a los Estados Unidos, pero que había vuelto a ejercer su profesión en Berlín, tuvo que salir de nuevo, después de la clausura de Bauhaus, y esta vez definitivamente.
Permaneció de 1934 a 1937 en Inglaterra, donde construyó numerosos edificios; de allí marchó a los Estados Unidos, donde desempeñó la cátedra de Arquitectura en la Universidad de Harward. En 1954 le fue otorgado en San Pablo el primer Gran Premio de Arquitectura, y en 1956, en Londres, la Medalla de Oro de la Arquitectura. Pero estos honores oficiales no bastaron para borrar del rostro de este perfecto europeo, carente de vanidad, la huella de melancolía producida por su exilio. Su vida fue una constante y generosa entrega de sí mismo.