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Esta novela comienza una trilogía (junto a La guerra de Al Ándalus y La hora del califa) que combina el crudo relato de la guerra, las intrigas y las rebeliones, con la descripción de la vida en Al Ándalus hace más de mil años. Destinado desde su nacimiento a dirigir a su pueblo, Musa ibn Musa toma su nombre del gran conquistador de la Península, que varias generaciones antes había alcanzado el valle del Ebro para someter al conde visigodo Casio. Sus descendientes, los Banu Qasi, ya convertidos al Islam, desempeñarán un papel más que relevante en la región durante el siglo IX de nuestra era.
Junto al caudillo árabe, comparten el protagonismo de esta historia Íñigo Arista, hermano de madre de Musa, que ha de convertirse en el primer rey de Pamplona. Por otra, el emir de Córdoba, Abd al Rahman II, artífice del esplendor político y cultural de Al Ándalus en este período. Un escenario caracterizado por el enfrentamiento entre el Islam y el Cristianismo, en el que Musa e Íñigo tratan de mantener la soberanía y la independencia de sus pueblos colocando sus lazos familiares por delante de sus diferencias de credo.
Con sólo mirar la bibliografía que ha empleado Carlos Aurensanz en el año y medio que le duró su documentación para escribir su primera novela Banu Qasi. Los hijos de Casio ya se puede imaginar el lector que entra en el siglo IX de la mano de un verdadero guía que conoce el escenario que pisa. Cómo era un entierro, o un mercado, o una casa por dentro.
Carlos Aurensanz, un veterinario tudelano que trabaja para la Administración en La Rioja, amante de la lectura y de la novela histórica, entró por esa puerta, decidido, cuando su pueblo natal conmemoraba los 1.200 años de su fundación el 802. Sólo quería, inicialmente, documentarse. Cuando topó con el Muqtabis, de Ibn Hayyan, vio que escribía sus crónicas bajando al detalle cotidiano. Eso le impulsó a escribir.Los ocho meses que pasó escribiendo la historia de Musa ben Musa, el caudillo musulmán de las tierras del Ebro, hermano de madre de Íñigo Arista, rey cristiano de Navarra y coetáneo de Abderramán II en Córdoba constituyeron "el placer de escribir sobre una época casi desconocida, cuando los musulmanes llevaban asentados un siglo sobre las tierras aragonesas actuales".
La novela de Carlos Aurensanz parte del nacimiento de Musa Ben Musa y todo está descrito de forma que el lector se ve sumergido en aquel ambiente de la Tudela altomedieval: El ruido de la calle, los lazos familiares, el comercio, la iniciación en la escuela coránica, el adiestramiento con los caballos para la lucha. Pero con todo el repertorio de los sentimientos humanos: amores y desamores, el recelo, la lealtad, la admiración, la audacia; y también el miedo, la crueldad, la traición y la muerte.
Una trepidante, amena y original novela histórica que nos acerca a unos relevantes y poco conocidos personajes de la Reconquista: la familia Banu-Qasi, entre los reinos cristianos y Al-Andalus.
El origen de la Etapa musulmana en la península
La conquista del reino visigodo por los dirigentes musulmanes fue un proceso relativamente rápido, ya que en solo quince años se llegó a ocupar todo el actual territorio de España y Portugal; desde el año 711 al 725, si bien lo que era el territorio peninsular del reino estaba completamente ocupado en el 720, tras diez años del inicio de la conquista. Dicha conquista, además de larga, requirió de constantes refuerzos militares, y de pactos con núcleos resistentes.
Aunque el proceso en total ocupó todo ese tiempo, la cronología no es exacta en cuanto a los años y las fechas, sino sólo aproximada, pues las fuentes difieren entre sí, y los historiadores no se ponen de acuerdo. Hemos optado por una datación que siempre puede retrasarse en un año según qué historiador tomemos.
Además de estos años de conquista, hay que sumar los años anteriores que los árabes llevaban diseñándola, reconociendo el terreno, y preparando, al parecer, futuras alianzas. Lo largo de este proceso de conquista del reino visigodo se debe a varios motivos: lo escaso de las fuerzas musulmanas que los invadieron, las constantes luchas y levantamientos de sus aliados entre los visigodos, la orografía del territorio y la fuerte base de asentamiento social del anterior reino visigodo.
Sin embargo, la gran centralización política del reino, la inseguridad causada por bandas de esclavos fugitivos, el empobrecimiento de la hacienda real (especialmente durante el reinado de Witiza) y la pérdida de poder del rey frente a los nobles, fueron elementos que facilitaron la acción de los conquistadores.
Pero el factor quizás más importante fue la grave crisis demográfica del reino, que en los últimos veinticinco años había perdido más de un tercio de su población. Esto fue debido a las epidemias de peste y los años de sequía y hambre de finales del siglo VII, especialmente durante el reinado de Ervigio; y que se repitieron también con gran dureza bajo el de Witiza, el antecesor de Rodrigo.
Además, existía una fractura política importante entre dos grandes clanes político-familiares godos en su lucha por el trono, y que llevaba varios decenios dividiendo políticamente el reino y generando constantes problemas. De una parte estaba el clan gentilicio de Wamba-Égica, al que perteneció o al que estaba vinculado Witiza, y de otra el clan de Chindasvinto-Recesvinto, al que pertenecía Rodrigo. Esta situación dividió al estamento aristocrático-militar en dos facciones cada vez más irreconciliables; hasta el punto de considerar alguna historiografía a los witizanos como instigadores e incluso aliados, explícitos u oportunistas, de los invasores.
Los conquistadores árabes también contaron con el apoyo de parte de la población judía, muy numerosa en la Bética, en la Galia Narbonense, y en toda la cuenca mediterránea. Estaba presente principalmente en los centros urbanos, destacando, entre otras, las comunidades de Narbona, Tarragona, Sagunto, Elche, Lucena, Elvira, Córdoba, Mérida, Zaragoza, Sevilla y de la capital, Toledo.
La ayuda que los judíos prestaron a los conquistadores se debió a que aquellos, en su mayoría conversos forzados pero fingidos, eran reiteradamente hostigados por la legislación visigoda (con algunas excepciones, como bajo los reyes Witerico y Suintila, y contra el criterio de obispos como San Isidoro, que los defendía). Y sabían, por lo que había ocurrido en el norte de África, que mejoraría su situación al recibir de los gobernantes árabes el mismo estatus que la población cristiana.
Pero además de los judíos étnicamente puros de la diáspora, en el norte de África había bereberes que profesaban el judaísmo por proselitismo y mestizaje, muchos de los cuales dieron apoyo a los árabes en su conquista, y se unieron a ellos (como muchos bereberes cristianos) por lazos de clientela.
Finalmente, las divisiones dinásticas internas entre los nobles visigodos sobre la sucesión de Witiza facilitaron aún más el desarrollo de la conquista.
De acuerdo con las fuentes conservadas, la invasión de la península habría tenido lugar el año 711, una vez concluida la conquista militar musulmana de la mayor parte del norte de África, aprovechando de ella la arabización de los bereberes, a los que se acaba enrolando en el ejército para la próxima conquista, la península.
En aquel momento en el reino visigodo Roderic (conocido más tarde como Rodrigo) estaba luchando contra el hijo del antiguo rey Witiza, Agila II, y por tanto, el legítimo heredero. Rodrigo sería posiblemente en estos momentos un dux de la Bética mientras que Agila, asociado al trono, sería el dux de la Tarraconense.
En la primavera de 711 una expedición formada por unos 9000 hombres y mandada por Táriq Ibn Ziyad, gobernador de Tánger, entró en la península sin el conocimiento de Musa ibn Nusair, el gobernador árabe en Ifriqiyya, Túnez. Esta expedición surcaría el estrecho el 27 de abril de 711 y conquistaría Algeciras, donde Tariq aumentó el número de hombres y desde donde se enfrentó a Don Rodrigo el 19 de julio de 711, en la batalla de Guadalete, llamada así porque tradicionalmente se localizó junto al río Guadalete, aunque los últimos estudios la sitúan a orillas del río Guadarranque. Un año más tarde, y al saber la noticia, Musa cruzaría el estrecho para controlar las conquistas bereberes y del Imperio árabe.
Los hechos se desarrollaron mejor de lo que Musa podía esperar. Las ciudades de Medina-Sidonia, Carmona y Sevilla les recibieron casi sin lucha. Probablemente fueron grupos hispanorromanos descontentos con el gobierno visigodo, quienes los recibían como a un pueblo civilizado y en cierto modo como una manera de cambiar el gobierno. Los acuerdo con otros nobles visigodos o hispanorromanos, a los que garantizaba su mantenimiento en el poder, sus bienes y su religión, a cambio de que reconocieran la soberanía del califa. Las conversiones mejoraban la posición de la nobleza, que además de mantener sus posesiones, con seguridad lograrían sin duda evitar algunos impuestos. Se cree que a los humildes se les rebajaron los impuestos, lo que provocó una mejora de su situación y la legislación antijudía desapareció.
Los Banu QasiLos “hijos” o descendientes de Qasi o Casius, miembros de una familia de la nobleza hispano-visigoda que, convertida al Islam, mantuvo y aun extendió su ascendiente social y su influencia política en las tierras del Ebro Central durante dos siglos. Súbditos del soberano Omeya de Al-Andalus, se alzaron con frecuencia en rebeldía, facilitando así indirectamente la pervivencia y aun el desarrollo de la aristocracia cristiana de la vertiente hispana del Pirineo occidental que iba a servir de soporte para el alumbramiento del reino de Pamplona. Casius o Qasi abrazó el Islam en cuanto Musa ibn Nusayr apareció con su ejército en las orillas del Ebro (714). Gobernaba como comes o iudex uno de los distritos de la región (Tarazona, Calahorra o quizá Pamplona) y había apoyado probablemente a Agila II, hijo de Vitiza, frente al monarca hispano-visigodo Rodrigo. Aunque tradicionalmente se ha situado el solar de origen de la extirpe hacia las comarcas de Borja y Tarazona, nuevas hipótesis lo desplazan al norte del Ebro, hacia Olite o Ejea. Esto explicaría mejor los lazos de parentesco anudados por este linaje muladí con el que, conservando su fe cristiana, acabaría señoreando en el siglo IX las tierras de Pamplona; tales relaciones acaso se remontaban ya a la época anterior, en la que ambos clanes habían descollado posiblemente entre la nobleza antigua y la región.
Se conoce el nombre de los hijos de Casius: Fortún, Abu Tawr, Abu Salama, Yunus y Yahya. Ciertos indicios permiten asociar a Abu Tawr -el Abu Tauro citado por los anales francos como el magnate aliado de Sulayman de Zaragoza que ofreció rehenes a Carlomagno- con el hijo de Qasi, que controlaría entonces algunas posiciones del trayecto entre Tudela y Pamplona.
Por otra parte, Abu Sala pudo ser el progenitor de los Banu Salama, cuyo predominio en Huesca a finales siglo VIII acreditan algunos textos (Al-Udri). Consta que en año 799 los hombres de Pamplona mataron a Mutarrif ben Musà, uno de los Banu Qasi, mandatario quizá de la corte cordobesa de la comarca; y cabe interpretar esta noticia como un primer repudio explícito de la soberanía del Islam por parte de los cristianos pamploneses, los vascones (baskunish) de los autores árabes. Se sabe que diez años antes Musa ben Fortún había restablecido en Zaragoza la autoridad del emir Hisham I. Sin embargo, parece que, con el apoyo de los francos y tal vez de los pamploneses, los vástagos de una importante familia musulmana, sin duda los Banu Qasi, asaltaron en el año 803 la fortaleza de Tudela, recién edificada por Amrus ibn Yusuf, cuyo propio hijo fue capturado y recluido en Sajrat Qays, cerca de Pamplona. Aunque recobrada enseguida Tudela y rescatado el prisionero por los agentes fieles a Córdoba, se reprodujeron las sediciones al menos mientras los francos conservaron la iniciativa en los rebordes hispanos del Pirineo, es decir hasta el año 816. En cambio luego, ya bajo el emir Abd al-Rahman II, los Banu Qasi contribuyeron sin duda al fracaso de la última expedición carolingia a través del sector occidental de la cordillera (824); y debieron de encargarse ellos mismos de enviar al palacio cordobés a uno de sus dos capitanes apresados, el conde Eblo.
Más adelante, Musà ibn Musà, jefe del clan muladí, resentido contra el gobernador de Tudela, se encerró altivamente en su castillo de Arnedo (841). Enemistado de nuevo al año siguiente con los oficiales cordobeses tras una operación conjunta por el curso superior del río Aragón (Sirtaniya), Abd al-Rahman II envió contra él a Harit ibn Bazí, quien triunfó en Borja y Tudela y apresó a Lubb o Lope, hijo de Musà, pero fracasó en Palma (San Adrián) y cayó herido en manos de los rebeldes (842). El propio emir se dirigió contra estos en dos campañas sucesivas. En la primera (843) consiguió liberar a Harit y en la siguiente arrolló (844) a las fuerzas de la gran coalición de “vascones”, “cerretanos”, alaveses y castellanos atraídos por los insurrectos. Musà, descabalgado, tuvo que escapar a pie; el pamplonés Iñigo (Arista) y su hijo Galindo huyeron maltrechos; Fortún, hermano de Iñigo, y otros 115 caballeros quedaron tendidos sobre el campo de batalla; y un buen grupo de guerreros pirenaicos claudicaron pasándose al enemigo. Con todo, requerido por el emir, acudió Musà en el mismo año a colaborar en la defensa de Sevilla y su zona contra los normandos. No cesaron por ello sus fricciones con las autoridades cordobesas hasta que el prestigio ganado en Albelda (851) frente a contingentes cristianos le valió el gobierno de Tudela y Zaragoza (852) como hombre de confianza del nuevo emir Muhammad I. Sus campañas en la frontera, desde Álava hasta el condado franco de Barcelona, realzaron todavía más su figura y le movieron a calificarse retóricamente “tercer rey de España”. Pero la estrella del gran Musà declinó bruscamente a raíz de sus fracasos en Albelda y Clavijo ante Ordoño I de Oviedo (859). Destituido como gobernador de la frontera (860), sucumbió mediocremente en Tudela (862).
Después de una década de eclipse, reaparecieron tumultuosamente los Banu Qasi cuando (872) los cuatro hijos de Musà se alzaron con el poder en Tudela, Huesca, Zaragoza y Monzón. Para neutralizarlos, encastilló Muhammad I a sus fieles Tuchibíes, de origen árabe, en Daroca y Calatayud y, aunque no pudo entrar en Zaragoza, defendida por Muhammad, hijo de Lubb ibn Musà, le entregaron en Huesca a Mutarrif ibn Musà, al que haría crucificar; y devastó finalmente los contornos de Pamplona, cuyo caudillo García Íñiguez respaldaba la insurrección. Fallecidos Fortún ibn Musà en Tudela (874) y su hermano Lope cerca de Viguera (875), no tardaron en enfrentarse los dos miembros ahora más representativos del linaje: Ismail ibn Musà, asentado en tierras zaragozanas, y su sobrino Muhammad ibn Lubb, dueño de las riberas navarro-riojanas. Victorioso este último cerca de Calahorra (882), desoyó las solicitudes del emir y se reconcilió con sus parientes. Permitió que su tío Ismail se instalara en Monzón, y puso igualmente en libertad a sus primos, los hijos de Fortún ibn Musà, que le entregaron Zaragoza, Tudela, Valtierra y San Esteban (Monjardín). En adelante Muhammad no dio tregua a los cristianos del Pirineo occidental: les destruyó el castillo de Aibar (882) y los humilló en Sibrana, cerca de Luesia (891). Volvió, con todo, a enfrentarse con los cordobeses, que le habían arrebatado Zaragoza (890), ante cuyos muros cayó asesinado tras ocho años de frustrados asedios. Su hijo Lubb ibn Muhammad, a su vuelta de Andalucía, a donde había ido para negociar con el rebelde ´Umar ibn Hafsun una gran confabulación contra el régimen Omeya, se hijo cargo en Tudela de los poderes paternos. Frente a sus huestes había caído Vifredo el Velloso, conde de Barcelona (897); apresó después al régulo al-Tawil de Huesca (898), rechazó al asturiano Alfonso III en tierras de Borja (900), atacó el castillo de Bavas y supo defender el de Grañón (904), se volvió contra Raimundo, conde de Pallars y Ribagorza, y capturó a su hermano Isarno (904). Dueño del valle del Ebro, aún envió a su hijo Mutarrif a gobernar Toledo, cuyos habitantes le habían ofrecido la ciudad (903). Tan brillante trayectoria se quebró en una de las emboscadas que acertó a tenderle el pamplonés Sancho Garcés I (907). Este mismo monarca acabó también en la Bardena con Abd Allah, hermano de Lope (915). Mutarrif, hijo de Muhammad, no tardó en ser asesinado (916) por su sobrino Muhammad ibn Abd Allah, el cual no pudo ya mantener las posiciones musulmanas de la comarca de Nájera frente a los asaltos combinados del leonés Ordoño II y de Sancho Garcés I de Pamplona (923); este último había aprovechado las anteriores vicisitudes para extender su soberanía sobre la tierra de Deyo y desde Monjardín hasta el Ebro, Falces, valle de Funes y Caparroso. Desaparecido Muhammad en Viguera, los últimos Banu Qasi fueron llevados a Córdoba, a servir en los chunds y el ejército permanente cuando Abd al-Rahman III regresó de su expedición hasta Pamplona (924), dejando encomendadas las defensas de Tudela y su frontera al tuchibí Muhammad ibn Abd al-Rahman y su descendencia.
El poder regional de los Banu Qasi sirvió, en definitiva, de eslabón primero y luego de pantalla entre las altas instancias del Islam en Hispania y las poblaciones sometidas a tributo en las áreas demográfica y económicamente deprimidas de las cuencas y valles del macizo pirenaico en su tramo peninsular de poniente. Su arraigo ancestral en el país -como revela, por ejemplo, la continuidad de algunos nombres, Fortún y Lope, generación tras generación- y sus nexos de sangre y prepotencia económica en el círculo de la aristocracia tradicional del sector, propiciaron en el siglo VIII su función de gendarmes próximos de los pasos y rutas del Pirineo Occidental. Sus ambiciones y los rencores mutuos con los clanes advenedizos les movieron en la siguiente centuria a desafiar con frecuencia a los delegados cordobeses y al propio emir, apoyándose peligrosamente en las solidaridades interesadas de sus clientelas cristiano-pirenaicas, cuyo crecimiento favorecieron así de modo indirecto. El desmesurado ensanchamiento de su radio de acción, de un extremo a otro del valle medio del Ebro, bajo el gran Muza y sus cachorros -sus cuatro hijos, su nieto Muhammad, su biznieto Lope-, fue minando sus bases sociales hasta que la convergencia de los caudillos cristianos de los márgenes montañosos y la coagulación de un espacio soberano pamplonés se volvieron de forma irreversible contra el ilustre linaje, deterioraron su imagen de adalides de la frontera y provocaron su hundimiento en el anonimato.
MuladíesTérmino, del árabe muwallad, que designa a los elementos de población no árabes que siguieron residiendo en territorios conquistados durante la expansión islámica, pero que se convirtieron al Islam y establecieron un pacto de clientela (en árabe wal¯a’) con algún individuo de linaje árabe, de modo que el muladí quedaba incluido, como fidei o cliente («maula») en el linaje de su patrono, cuya etnia pasaba también a usar. En Al-Andalus Buscar voz..., el número de estos muladíes debió de ser considerable, dadas las ventajas de adquirir tal condición, que les integraba en la estructura del poder y de los derechos islámicos. De esta manera se «arabizaron» muchas familias hispanas y bereberes.
Los muladíes tuvieron sobre todo importancia política desde la segunda mitad del siglo VIII hasta los primeros años del siglo X, pues los primeros emires Omeyas se sirvieron de ellos, en puestos claves, para contrarrestar las rebeldías de los árabes y bereberes llegados a Al-Andalus con la conquista musulmana, y que pretendieron más poder del que los Omeyas de Córdoba les concedieron. Pero ya en el siglo IX, los muladíes han logrado —sobre todo en los territorios fronterizos— tanta fuerza, que crean a su vez problemas al Estado central, que comienza entonces a apoyarse de nuevo en linajes árabes para contrarrestar a los muladíes.
La importancia de los muladíes en la Marca Superior se pone bien de manifiesto en la historia de las grandes familias muladíes de los Banu Qasi entre Tudela y Zaragoza, de los Banu Sabrit Buscar voz... y Banu Amrus Buscar voz..., entre Huesca y Barbastro, especialmente.
Pero la masa muladí, e incluso los funcionarios, quedan postergados a la rancia elite árabe y protestan por ello (suubiyya) y promueven una solidaridad étnica (‘as.abiyya), uno de cuyos campeones fue un cadí de Huesca, Muhammad «al- Maafiri», muerto en 908.
Según el diccionario de la Real Academia, procede del árabe hispánico muwalladín (pl. *muwállad), y este del árabe clásico muwallad, que significa "engendrado de madre no árabe".
Muwallad procede de la palabra WaLaD. Walad significa “descendiente, retoño; hijo; animal joven”. Muwallad se refiere a los hijos de hombres árabes y mujeres de otros pueblos. El término muwalladin se usa todavía en el árabe moderno para designar a este tipo de hijos.
El término muladí, también presente en la lengua portuguesa, se ha considerado como uno de los posibles orígenes etimológicos de la palabra mulato, que designa a una persona con antepasados mixtos entre europeos y otras razas, o el arabismo castellano maula, que significa "engaño o artificio encubierto".
Las fronteras
La Marca Hispánica era el territorio comprendido entre la frontera político-militar del Imperio carolingio con al-Ándalus (al sur de los Pirineos), desde finales del siglo VIII hasta su independencia efectiva en diversos reinos y condados.
Fue una zona colchón creada por Carlomagno en 795 más allá de la antigua provincia de Septimania, como una barrera defensiva entre los omeyas de Al-Andalus y el Imperio Carolingio franco (ducado de Gascuña, ducado de Aquitania y la Septimania carolingia). A diferencia de otras marcas carolingias, la Marca Hispánica no tenía una estructura administrativa unificada propia.
Tras la conquista musulmana de la península ibérica, los carolingios intervinieron en el noreste peninsular a fines del siglo VIII, con el apoyo de la población autóctona de las montañas. La dominación franca se hizo efectiva entonces más al sur tras la conquista de Gerona (785) y Barcelona (801). La llamada «Marca Hispánica» quedó integrada por condados dependientes de los monarcas carolingios a principios del siglo IX. Para gobernar estos territorios, los reyes francos designaron condes, unos de origen franco y otros autóctonos, según criterios de eficacia militar en la defensa de las fronteras y de lealtad y fidelidad a la corona.
El territorio ganado a los musulmanes se configuró como la Marca Hispánica, en contraposición a la Marca Superior andalusí, e iba de Pamplona hasta Barcelona. De todos ellos, los que alcanzaron mayor protagonismo fueron los de Pamplona, constituido en el primer cuarto del siglo IX en reino; Aragón, constituido en condado independiente en 809; Urgel, importante sede episcopal y condado con dinastía propia desde 815; y el condado de Barcelona, que con el tiempo se convirtió en hegemónico sobre sus vecinos, los de Ausona y Gerona.
La Marca Superior era una división administrativa y militar al nordeste de al-Ándalus, en el valle del Ebro. Sus límites coincidían grosso modo con la provincia romana y visigoda de la Tarraconense, comprendiendo aproximadamente el territorio incluido entre las orillas del Mediterráneo y los nacimientos de los ríos Duero y Tajo, donde empezaba al-Tagr al-Awsat o Marca Media.
Al-tagr al-Ala mantuvo durante largos periodos su independencia respeto a Qurtuba (Córdoba), donde se asentó el gobierno de al-Ándalus, incluso tras la entronización de los omeyas en 756. Como las otras dos marcas andalusíes (la Media y la Inferior), eran regiones menos pobladas, más pobres y más rurales que las del sur.
A finales del siglo VIII, un miembro de la familia Banu Qasi —que se proclamaba descendiente de un conde visigodo (Casio)—, Musa ibn Fortun, dominaba Zaragoza.? Un hijo de este —otro Musa— controló Tudela desde el 842. Derrotado por las fuerzas del emir cordobés con el que se había enemistado tras una expedición contra Asturias, recupero de este el señorío de Tudela en el 844. Después de participar en la defensa frente a las incursiones vikingas, volvió a rebelarse en el 847. Dominó Zaragoza, Huesca y Tudela como señor independiente de los emires cordobeses hasta su fallecimiento en el 862. La familia estaba emparentada con la real del reino de Pamplona: el segundo Musa había desposado a la hija del rey García I de Navarra.? Combatió con los reinos vecinos, saqueando Barcelona y siendo derrotado en Albelda por Ordoño I de Asturias.
Muhammad I de Córdoba recuperó efímeramente el control del territorio hasta que los hijos de Musa se alzaron nuevamente contra Córdoba en el 871. La rebelión se mantuvo hasta el 907, a pesar de la muerte de uno de los hermanos rebeldes a manos de los cordobeses. Las continuas expediciones contra el foco rebelde no dieron resultado, y los emires optaron por oponer a los Banu Qasi una familia rival que les disputase el poder: los Banu Tuyibí. Estos acabaron por arrebatar el poder a los Banu Qasi, pero mantuvieron intermitentemente la independencia frente a Córdoba.
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