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Luis García-Berlanga Martí nació en Valencia el 12 de junio de 1921, en una familia de terratenientes de Camporrobles, provincia de Valencia. Su abuelo, Fidel García Berlanga (1859-1914), era miembro activo del Partido Liberal de Sagasta, a finales del siglo XIX, llegando a ser diputado en Cortes en Madrid y presidente de la diputación de Valencia. Su padre, José García-Berlanga (1886-1952), comenzó también su militancia en el Partido Liberal, para luego pasar al partido de centro derecha de Lerroux, el Partido Radical, y más tarde afiliarse al partido de centro izquierda burgués de Martínez Barrio, Unión Republicana.
Los orígenes de su madre, Amparo Martí, fueron mucho más humildes, ya que venía de una familia de emigrantes de Teruel que se establecieron en Valencia. Su tío materno, Luis Martí Alegre, llegó a ser presidente de la Caja de Ahorros de Valencia.
El propio Luis García Berlanga cuenta en relación a su padre: «Y así fue que cuando llegó 1936 mi padre estaba en Unión Republicana, en el Frente Popular. Pero resultaba que era muy perseguido por determinadas facciones de la ultraizquierda, concretamente por aquellos con los que más simpatizaba yo, los anarquistas, a causa no recuerdo qué follones en Utiel y en Requena, por lo que no le quedó más remedio que huir de Valencia para salvarse de la persecución. Y se fue a Tánger, donde vivió un año, hasta que lo detuvieron los nacionales».
Durante su juventud se unió a la División Azul para evitar represiones políticas por el cargo de gobernador civil que su padre había desempeñado en Valencia durante la República española. En 1990, el propio Luis reconoce que se alistó pues muchos de sus amigos eran miembros jóvenes destacados de FE de las JONS. Sobre su ideología azul en aquellos años son muchos los testimonios de divisionarios que compartieron con él las trincheras en Rusia, como, por ejemplo, José Luis Amador de los Ríos. En marzo de 1943 ganaba el premio «Luis Fuster» dado por el SEU —sindicato universitario falangista— de Valencia por su artículo aparecido en la Hoja de Campaña de la División Azul titulado "Fragmentos de una primavera".
De vuelta a España, en los años 40 escribió en “Las Provincias” y a mediados de la década comenzó sus estudios en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, rodando por esta época sus primeros cortos, “Tres Cantos” (1948), “Paseo Por Una Guerra Antigua” (1948) y “El Circo” (1949).
Su primer largometraje, de 1951 es la película Esa pareja feliz, en la que colaboraba con Juan Antonio Bardem. Esta cinta supuso un aire fresco y una orientación diferente al, salvo excepciones, acartonado cine español realizado tras la guerra civil. Junto a Bardem, se lo considera uno de los renovadores del cine español de posguerra. Entre sus películas destacan títulos célebres de la historia del cine español, como El verdugo o Bienvenido, Mister Marshall. Trabajó en siete ocasiones con el guionista Rafael Azcona, y de esta asociación surgieron algunas de las películas más célebres del cine español, además de las citadas, como La escopeta nacional. Su cine, generalmente coral y narrado en planos secuencia, tiene rasgos de sátira, farsa, humor negro y una visión crítica y esperpéntica de la realidad sociocultural y política española; además de una mordaz ironía y ácidas sátiras sobre diferentes situaciones sociales y políticas. En la etapa de la dictadura franquista despuntó su habilidad para burlar la censura de la época con situaciones y diálogos no excesivamente explícitos pero de inteligente contralectura y consiguió llevar a cabo proyectos tan atrevidos como Los jueves, milagro.
Su película Plácido fue candidata al Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1961. En 1980 obtuvo el Premio Nacional de Cinematografía, en 1981 la Medalla de Oro de las Bellas Artes, en 1986 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y en 1993 el Goya al mejor director por su película Todos a la cárcel. El 25 de abril de 1988 fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, e ingresó al año siguiente con un discurso titulado El cine, sueño inexplicable.
Obtuvo premios y galardones internacionales en los más importantes festivales, como Cannes, Venecia, Montreal y Berlín. En el Festival de Karlovy Vary fue elegido como uno de los diez cineastas más relevantes del mundo. Además, poseía un incontable número de reconocimientos nacionales.
Filmografía:
Esa Pareja Feliz (1951)
Juan (Fernando Fernán Gómez) trabaja como electricista en unos estudios cinematográficos y su esposa Carmen Carmen (Elvira Quintillá) se ocupa de sus tareas domésticas, conformando un matrimonio madrileño de precaria situación económica. Su fortuna parece cambiar cuando son escogidos por una marca de jabón y, durante un día y etiquetados como “La pareja feliz”, se disponen a recibir diferentes obsequios con los que pretenden mejorar sus condiciones de vida.
En medio de un país atrofiado y absolutamente empobrecido, producto del aislacionismo económico y cultural de la autárquica posguerra, van a hacer su aparición en el panorama cinematográfico, dos jóvenes que, por su corta edad, ya no han vivido la guerra directamente. Pertenecientes a una generación que empieza a preocuparse por el raquitismo cultural en el que vive, que acaba de recibir el impacto del neorrealismo italiano, y a partir del cual buscarán nuevos caminos con los que expresar sus propios problemas, sin esperar soluciones imposibles que lluevan milagrosamente.
Bienvenido, Mr. Marshall (1952)
En un pequeño pueblo castellano llamado Villar del Río todo es alegría e ilusión ante la llegada del amigo americano que colmará los deseos y peticiones de sus diversos habitantes. Para recibir a los adinerados invitados, un perspicaz representante artístico llamado Manolo (Manolo Morán) convence al alcalde Don Pablo (Pepe Isbert) para que su pueblo adopte las peculiaridades y apariencia de una localidad andaluza con la intención de conseguir mejor provecho.
Primera película en solitario de Luis García Berlanga. En esta ocasión Bardem acompaña a Berlanga y a Miguel Mihura en la escritura del guión de una de las películas clave de la historia del cine español que mejora en cada nuevo visionado.
“Bienvenido Mr. Marshall” es una divertida sátira al aislamiento internacional al que se veía sometida España debido a la dictadura franquista. Se emplea una mirada sardónica al programa de ayuda económica conocido como Plan Marshall y establecido por el gobierno estadounidense para auxiliar a Europa después del conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial, desarrollándose asimismo una aguda mirada al ambiente rural castellano y al tópico internacional de la España de toros y flamenco.
Utiliza una narración en forma de cuento iniciada con la voz en off de Fernando Rey, el encargado de introducir y describir el lugar y los diferentes caracteres que moran el pueblo mediante un retrato soberbio de las singularidades que adornan a cada miembro institucional de la villa.
Con su habitual dominio del ritmo, ingeniosos diálogos, estupendos pasajes oníricos e inolvidables secuencias cómicas engrandecidas por la enorme interpretación de dos grandes mitos del cine español, Pepe Isbert y Manolo Morán, por no hablar de geniales intérpretes secundarios como Alberto Romea, Luis Pérez de León o Fernando Aguirre, Berlanga construye un magistral título cinematográfico, extraordinariamente simpático en su continente pero muy amargo en su representación, mensaje y contenido.
Novio a la vista (1954)
En la Europa de 1918, Enrique y Loli son dos adolescentes enamorados que, una vez concluido el curso académico, se disponen a pasar el verano junto a sus acomodadas familias en un agradable lugar de recreo a orillas del mar. Una vez allí, los jóvenes viven entregados a los juegos de pandilla y, en el caso de Enrique, al repaso de las asignaturas que le quedaron pendientes. Por su parte, la madre de Loli ha puesto sus ojos en Federico, un joven ingeniero perteneciente a una familia de clase alta que goza de una gran popularidad en el lugar, pues representa un buen partido para su hija, cuyos atributos de mujer ya han comenzado a despuntar. Desde ese instante, hace todo lo posible por formalizar dicha relación, obligando a su hija a pasar largos ratos en compañía de tan preciado personaje.
Pero los amigos y amigas de Loli, incluido el propio Enrique, no se resignan a sufrir una baja en el grupo y deciden rebelarse contra los adultos, raptando, con su consentimiento, a la muchacha. Tras instalarse en una loma próxima, reciben el embate de sus familias, organizadas a modo de columna militar, y se libra una ingenua batalla a base de piñas y piedras. Cuando el verano acaba, todo parece solucionado. Sin embargo, las cosas ya no vuelven a ser como antes y Loli, secretamente halagada por el ingeniero, se decanta definitivamente por este relamido pretendiente mientras Enrique es suspendido de nuevo por su ignorancia en materia del imperio austro-húngaro.
Calabuch (1956)
Jorge (Edmund Gwenn) es un científico nuclear que llega a un pueblo del Mediterráneo para evadirse del empleo de sus teorías con propósitos armamentísticos. En su nuevo lugar de residencia ideará un artilugio para crear fuegos artificiales.
Con su talante irónico y su postura libertaria, Luis García Berlanga, consigue en “Calabuch”, –uno de sus primeros trabajos en solitario–, el film más sutil de su carrera, en el que, sin recurrir al dramatismo evidente o la sátira más burda, pone en entredicho, desde la evolución de la política internacional, a la mísera patochada nacional, en la mitad del siglo veinte.
Un científico, que ha desarrollado eminentes teorías nucleares, se da cuenta de la utilización bélica a la que están abocados sus trabajos por parte de su gobierno (no importa cual). Por ello decide huir, yendo a parar a Calabuch, un pueblecito de pescadores en la costa española del Levante.
Aquí, la gente vive en paz, lejos de la evolución alocada de la civilización, a su ritmo, sobreviviendo de forma modesta, pero llena de fraternidad y camaradería. Ambiente, que el científico adoptará encantado como su nueva vida, renegando de sus peligrosas investigaciones.
Aprovecha también Berlanga para reírse, literalmente, de la pretenciosa organización que el estado español del momento intentaba extender a los más recónditos lugares,…y lugareños. Así, frente a la naturalidad e igualdad de los vecinos, se ha de mantener una absurda organización, –política, militar, eclesiástica, etc. –, impuesta desde el poder central. Orden, que al fin y al cabo se desvanecerá ridículamente ante la primera adversidad.
En definitiva, estamos ante el bonito cuento de lo que nunca dejará de ser una utopía. De la subsistencia natural, frente a asfalto cosmopolita; de la espontánea camaradería, frente a la manipulación política; de una existencia lúdica, frente al salvaje materialismo. Un sueño, que como todo sueño, el final nos devolverá a la despiadada realidad.
Los Jueves, Milagro (1957)
En un tranquilo pueblo olvidado por el turismo y la economía de altos vuelos denominado Fuentecilla, en el que ni siquiera se detiene el tren, un significativo grupo de altos cargos y principales autoridades de la villa deciden, para incentivar la afluencia de visitantes a la localidad (en especial a su vetusto balneario), inventarse un milagro, la aparición del buen ladron San Dimás.
Para ello orquestan un plan en el que el santo será encarnado por Don José (Pepe Isbert), quien se aparecerá al tonto del pueblo llamado Mauro (Manuel Alexandre)
Aunque la sorna habitual del Luis García Berlanga de los buenos tiempos se palpa en gran parte del desarrollo de la historia (principalmente en la magistral primera mitad de película), en su parte final se echa en falta la acidez crítica de su gran colaborador en tareas de guión, Rafael Azcona (“El Verdugo” o “Plácido”), ausente en esta co-producción italo-española magníficamente interpretada por unos actores españoles de primer orden acompañados por el intérprete norteamericano Richard Basehart, casado con Valentina Cortese, y protagonista de films como “La Strada”, “Moby Dick” o “Los hermanos Karamazov”.
A pesar de resultar menguada en su causticidad por la censura de la época en su último tramo, “Los Jueves Milagro” es una obra cómica de calado social muy divertida realizada con un montaje y una puesta en escena admirable, resultado del talento cinematográfico de uno de los grandes directores del cine español.
Plácido (1961)
Plácido Alonso (Cassen) es un humilde transportista que reside con su familia en unos urinarios. En vísperas de la cena de Nochebuena, Plácido tendrá que vérselas y deseárselas para pagar una letra del motocarro que sustenta su trabajo y el bienestar de su familia.
Una de las principales comedias de la historia del cine y una de las grandes películas de la filmografía española.
“Plácido” es una obra maestra que mezcla el humor negro y el esperpento, la mordacidad en su comentario social y la amable exposición de una afligida amargura existencial con ecos en clave tragicómica del “Ladrón de Bicicletas” de Vittorio de Sica.
Esta genial película coral con largos planos secuencia está dirigida por Luis García Berlanga e interpretada de forma inolvidable por unos sensacionales Cassen y José Luis López Vázquez, cabecillas de un extenso e irrepetible reparto con Manuel Alexandre, Amelia de la Torre, José María Caffarell, Agustín González, Elvira Quintillá, Luis Ciges, José Franco, Julia Caba Alba…
Iniciada con unos divertidos títulos de crédito, “Plácido” utiliza divertidas situaciones en contexto navideño para satirizar el hipócrita eslogan “Ponga un pobre en su mesa”.
La farsa/falsa apariencia que encierra una campaña de caridad convertida en odisea contrarreloj en la que confluyen…
– sorteos de pobres y subastas de artistas
– cenas con ollas Cocinex que son retransmitidas por radio
– cestas de Navidad que vienen y van
– festivas cabalgatas en paralelo con desfiles funerarios…
Todo ello sirve a Berlanga para desarrollar una cáustica crítica a maniobras de pose buenista y a la desdicha burocrática, mísero espejo de una sociedad llena de carencias en un conjunto significado por su dinámico ritmo, un brillante guión con estupendos diálogos y música perdurable.
El Verdugo (1963)
José Luis Rodríguez (Nino Manfredi) es un empleado de Pompas Fúnebres que desea casarse con Carmen (Emma Penella), la hija del verdugo Amadeo (José Isbert). Cuando éste alcance el período de jubilación, José Luis no tendrá otro remedio que suceder a su suegro en sus tareas, hecho que no termina de contentarle del todo.
Junto a “Plácido”, “Bienvenido Mr. Marshall” y “Tamaño Natural”, la mejor película de Luis García Berlanga y uno de los títulos esenciales de la cinematografía española.
El tándem Rafael Azcona-Berlanga carga con su tono acerbo y esperpéntico contra parte de la realidad social y política de su contexto, desarrollando una mordaz comedia coral utilizada como alegato en contra de la pena de muerte.
A base de planos secuencia, Berlanga pone en juego por medio de un espléndido guión y unos brillantes diálogos, con irrupciones continuas de personajes que le ayudan a configurar un divertido muestrario sociocultural de la época; una diatriba, junto al tema principal del film, de aspectos y problemas usuales de la España de su tiempo (y de todos los tiempos), como la carencia de vivienda, la excesiva burocratización, la diferencia de clases, la emigración o el turismo emergente en la década de los sesenta.
Excepcional duelo interpretativo de Pepe Isbert y Nino Manfredi, acompañados por una pléyade de soberbios actores y actrices como Emma Penella, José Luis López Vázquez, Maria Luisa Ponte, Alfredo Landa o Chus Lampreave.
“El Verdugo” es una obra maestra del humor negro que expone la iniquidad de la pena capital desde una gradación cáustica en un escenario final rebosante de música, luz, vida… contrapunto a la cetrina profesión que da título al film.
La Boutique (1967) (Las pirañas )
Ricardo (Rodolfo Bebán) engaña a su mujer Carmen (Sonia Bruno) hasta que su suegra (Doris del Valle) le informa que está sufriendo una esclerosis. A partir de ahí, Ricardo cambia su actitud e intenta hacer feliz a Carmen, quien estrecha una relación con un diseñador llamado Carlos (Lautaro Murúa).
Co-producción hispano-argentina que pretende crear una comedia negra en el ámbito marital sobre crisis de pareja, chantaje emocional e infidelidad.
La cinta, conocida también como “Las Pirañas”, está narrada con largos planos secuencia compuestos con estilo, las interpretaciones son meritorias, y no carecen de viveza parte de los diálogos, pero el guión termina siendo un recorrido de viñetas insulsas con base en un engaño poco original y varios equívocos sin gracia.
Todo se resuelve con previsibles consecuencias a pesar de que Berlanga y Azcona quieran retorcer la historia con un forzado e insatisfactorio final que ahonda en su naturaleza negruzca.
¡Vivan los novios! (1970)
Leonardo, un mediocre y reprimido empleado de un banco de Burgos, llega a Sitges, acompañado de su anciana madre, para contraer matrimonio con Loli, dueña de una tienda de souvenirs con la que lleva manteniendo relaciones formales desde hace un año. Una vez en la localidad catalana, Leonardo intenta dar rienda suelta a las fantasías eróticas que tiene desde hace tiempo con mujeres jóvenes, extranjeras y rubias. Así, la víspera de su boda se decide a echar una cana al aire y, dejando a su madre en una pequeña piscina de plástico, escapa del apartamento donde se aloja en busca de una aventura. Sin embargo, su deseo de vivir sus últimas horas de soltería en compañía de lujuriosas mujeres se ve frustrado, entre otros percances, por el rechazo de una atractiva sueca y la decepción al descubrir que otra provocativa mujer es un travesti.
Cuando Leonardo regresa a su casa, encuentra el cadáver de su madre flotando boca abajo en la piscina. Loli no está dispuesta a retrasar la boda por muy grave que sea el motivo, así que, en contra de su voluntad y a requerimiento de su cuñado, Leonardo accede a ocultar a la finada en una bañera rodeada de hielo y a celebrar la boda y el posterior convite como si nada hubiera ocurrido. Después deciden deshacerse del cadáver arrojándolo al mar, pero un pescador lo arponea accidentalmente. Tras una noche de duelo, se procede a un majestuoso entierro, pero Leonardo abandona el cortejo fúnebre para perseguir a una extranjera que vuela en una cometa.
Tamaño Natural (1973)
Un respetable dentista (Michel Piccolí) recibe un paquete importado del Japón. Con gran ansiedad lleva el envío a casa y cuidadosamente lo abre, dentro se encuentra su nueva compañera: una hermosa muñeca hinchable.
Espléndida alegoría sobre la soledad y la incomunicación en la sociedad actual enfocada desde uno de los principales motores de esa misma comunidad: el sexo (por otra parte gran fijación de su autor, Luis García Berlanga).
La interpretación del actor francés Michel Piccoli resulta extraordinaria en esta historia co-escrita por Rafael Azcona y Berlanga que cuenta además con una agradecida música de Maurice Jarre.
La película, exquisitamente rodada, no está exenta de un erotismo muchas veces surreal con el probo personaje inmerso en un morboso juego donde la lujuria, el mundo de la pareja, la fantasía y el lado oscuro humano se naturalizan de una forma cáustica y sorprendente con sutil humor irónico y un desenlace pesimista. Los celos posesivos, la pasión o la diversión se verán ejemplificados en la nueva media naranja, una compañera que a pesar de su rigidez y pasotismo conllevará finalmente la desdicha y desesperación de su amante.
Subestimada por la mayoría, se trata de una estupenda película muy bien narrada, muy buñueliana, perfectamente interpretada, que va mucho más allá de su superficial concupiscencia.
La Escopeta Nacional (1977)
Jaume Canivell (José Sazatornil) es un empresario catalán de porteros electrónicos que viaja a Madrid para participar en una cacería junto a su amante con el fin de hacer contactos para conseguir hacer prosperar su negocio.
Con la desaparición de la dictadura, acabaron los dobles sentidos y las mil argucias con el fin de eludir la censura, para dar paso a una forma de expresión totalmente directa y clara. Una libertad ésta, a la que, paradójicamente, algunos se adaptaron perfectamente, y que por el contrario otros no acabarán de aprovechar.
El caso de Luis G. Berlanga, que exprimirá su sarcasmo contra todo y contra todos, ahora con total autonomía, es quizás uno de los casos más representativos, en el que las excesivas ansias por hablar claro, hagan echar en falta la sutileza de los plácidos o los verdugos.
Dentro pues de este nuevo contexto, totalmente explícito, Berlanga emprende una trilogía de filmes para poner en solfa todos y cada uno de los tabúes sociales que habían sido sostenidos durante cuarenta años.
Con “La escopeta nacional”, inicia esta saga de películas corales, en las que cuenta con lo mejor del repertorio español, para poner en escena una cacería, ambientada todavía en tiempos del caudillo, y excusa habitual de la alta burguesía y los políticos franquistas de turno para establecer sus marrulleros contactos especulativos. En ella aparecerán retratados, -o más bien, ridiculizados-, desde la vieja y arruinada aristocracia, los posibilistas del régimen, el clero y sus nuevos acólitos de la sagrada obra, y como no los nuevos ricos, en la persona de un ambicioso e incompetente empresario.
Toda una magistral lección de guión por parte de Rafael Azcona, en la que quizás el desparpajo de su director, nos haga añorar antiguos lenguajes.
Patrimonio Nacional (1981)
Con la muerte de Franco y el fin del régimen dictatorial, el Marqués de Leguineche (Luis Escobar) pone fin a su exilio voluntario y decide regresar a su palacio de Madrid con la restauración de la monarquía. Continúa Luis G. Berlanga con la trilogía cáustica sobre la “alta” sociedad española en el periodo inminente a la desaparición de la dictadura. Partiendo prácticamente del núcleo central, tanto de personajes, como de actores de “La escopeta nacional”, ahora, poco tiempo después, ya reinstaurada la monarquía, hace regresar de su hipotético exilio a la rancia y obsoleta aristocracia, que parece no haberse enterado de la evolución política y social en el último medio siglo.
Si en la primera parte de la saga, peca de escasa sutileza, cayendo prácticamente en el panfleto político, en esta continuación se le pueden achacar los mismos defectos, con una clara apología de la nueva monarquía democrática.
Además, si la fórmula comercial del film estaba contrastada en la anterior entrega, si continúa su colaboración en el guión con Rafael Azcona, y si el magnífico elenco de actores sigue siendo el mismo, sin embargo el resultado se deja resentir, y la película no tiene el ritmo y la chispa que es de esperar siempre en Berlanga.
Quizás haya que aplicar el dicho de “segundas partes, nunca fueron buenas”… y menos terceras.
Nacional III (1982)
Tras verse obligado a vender su palacio, el marqués de Leguineche se traslada a un piso junto a su hijo Luis José, sus fieles sirvientes Segundo y Viti, que han contraído matrimonio, y el padre Calvo. En febrero de 1981, coincidiendo con el fallido golpe de Estado, Luis José recibe la noticia de la muerte del padre de Chus, de la que vive separado desde hace un tiempo. Con tal motivo, los Leguineche y su séquito se trasladan a Extremadura, donde tiene sus posesiones el difunto, para asistir a los funerales y propiciar una reconciliación entre la beligerante pareja, ya que Chus es la única heredera de una fortuna que podría sacar al marqués y a su hijo de la ruina. Logrado el propósito, el matrimonio vende todas las propiedades, regresa a Madrid y comienza una odisea con el fin de evadir el dinero obtenido por la venta de las tierras a Francia.
Tras varios intentos fallidos, deciden hacerlo ellos mismos, representando una pantomima que consiste en escayolar a Luis José, en cuyo interior transporta el dinero y las joyas de la familia, y mezclarse con los enfermos que viajan como peregrinos a Lourdes. Después de sufrir varias vicisitudes, los Leguineche consiguen por fin su objetivo y se instalan en Biarritz, pero la situación vuelve a complicarse para el marqués y los suyos cuando en las elecciones francesas triunfa el partido socialista. Este acontecimiento será el punto de inicio hacia otra operación similar, esta vez con destino a Miami.
La Vaquilla (1985)
Guerra Civil Española. Después de varios años de contienda en las trincheras se percibe un ambiente rutinario en donde los soldados se dedican a dormir o a escribir cartas. El altavoz de la zona nacional romperá tal monotonía cuando anuncia que en con motivo de la festividad de la Virgen de Agosto, está a punto de celebrarse una fiesta en donde se celebrará un espectáculo taurino. Es entonces cuando cinco militares de la zona republicana, comandados por el brigada Castro (Alfredo Landa), deciden raptar la vaquilla.
A raíz de la desaparición de la censura en 1977, aparecen en aluvión, por un lado aquellos títulos extranjeros vetados por el régimen, y por otro, la libertad de expresión para los creadores nacionales hará resurgir un cine de denuncia histórica para poner al día al público de a pie, de cada una de las versiones, de la guerra civil, de los cuarenta años de dictadura, de las reivindicaciones históricas, etc., que habían sido escrupulosamente filtradas por los vigilantes de la moral nacional-católica.
En el apartado de la guerra civil, cuya única versión era la manipulada y triunfalista proclamada desde el sistema, serán numerosos los puntos de vista descritos hasta hoy mismo. Pero si se ha de destacar uno, por su desparpajo, humor y optimismo conciliador, es “La vaquilla” del dúo Berlanga-Azcona.
En clave de divertida comedia, nos narra la relación absurda, sin sentido, que existió entre la tropa de ambos bandos, reclutada al azar, dependiendo exclusivamente, de donde estaban ellos y donde estaba el frente. Ante esta situación irracional, Berlanga y Azcona, desgranan una serie de peripecias en torno al frente de Aragón, a las fiestas de un pueblo y a una simbólica vaquilla (¿España?), tan disparatadas, como la propia contienda.
Tras la floja cosecha última de títulos del director valenciano, ésta será una de sus mejores y más aceptadas películas, y quizás la última realmente genial, como tantas, de su dilatada y ya declinante carrera.
Moros y cristianos (1987)
Con la idea de aumentar las ventas, las familias turroneras Planchadell y Calabuig deciden promocionar sus productos navideños a escala nacional a través de una feria alimentaria que va a celebrarse en Madrid y a cuya inauguración se rumorea asistirán las infantas de España. La estrategia prevista consiste en obsequiarlas con sus dulces cuando pasen delante de su stand y, pese a la oposición del patriarca de la firma, Don Fernando, hombre conservador y amante de los métodos tradicionales, la familia emprende un viaje desde Xixona hacia la capital con tales fines comerciales. Una vez en Madrid, los Planchadell se instalan en casa de Cuqui, la única hija de Don Fernando, una viuda rica con ambiciones políticas que convence a sus hermanos para que contraten a un buen relaciones públicas que les ayude en sus propósitos y planifique correctamente la promoción de los turrones.
Cuqui les presenta entonces a su propio asesor de imagen, un caradura llamado López que es al mismo tiempo su amante y que arrastra a toda la familia valenciana a una delirante odisea en la que se cruzan con esperpénticos personajes. Cuando los Planchadell regresan finalmente a su pueblo, todos parecen estar satisfechos de haber mejorado su imagen comercial, a excepción del patriarca de la familia, que es el único consciente de haber perdido su propia identidad y, coincidiendo precisamente con la salida a la calle de la costosa campaña de promoción, sufre un infarto que le causa la muerte.
Todos a La Cárcel (1993)
Época socialista. En la cárcel de Valencia se organizan las jornadas del Día del Preso de Conciencia, en donde se reunirán varios ex presos políticos compartiendo estancia con los presos comunes. Artemio (José Sazatornil), un pequeño empresario del sector sanitario, se verá envuelto en el acontecimiento en busca de un subsecretario para reclamar los ochenta millones de pesetas que le debe la administración.
Farsa esperpéntica que intenta transferir parte del concepto de chanchullos políticos y empresariales franquistas de “La Escopeta Nacional” al contexto democrático español, pero transmutando el ambiente de una cacería al de una cárcel.
La película resulta moderadamente divertida, en especial en el primer acto y gracias a las interpretaciones de todo el elenco de protagonistas, con especial mención para el gran Saza, y a un guión que intenta retratar de manera cáustica, y bastante chocarrera, la coyuntura sociocultural y política del momento en la confluencia entre múltiples personajes, vinculados principalmente por la presencia en la prisión de un confundido Sazatornil.
Así, nos encontramos a un director de prisión liado con un travesti; una pareja de ex combatientes, uno facha y otro rojo, unidos por sus largas vivencias en diferentes cárceles; un cura comunista con querencia por la flatulencia; un actor gay reivindicando ayudas al sector; o un organizador de eventos sociales movido solamente por intereses personales, especialmente pecuniarios. Todo una fauna carceril muy singular que depara algunos gags cómicos muy apreciables.
No obstante, a “Todos a La Cárcel” le sobran bastantes trazos gruesos, con escatología y chistes sexuales un tanto baratos, aunque tiene algunas escenas que incitan con facilidad a la carcajada, en especial en sus primeros tramos.
En el acto final Berlanga desvaría un tanto y la trama se descontrola sin ofrecer demasiado interés ni en la conclusión de la misma ni en el destino de sus personajes, culminando el film de forma bastante burda y acuescada.
París-Tombuctú (1999)
En 1999 coincidiendo con el fin de siglo, el director valenciano, decide jubilarse del cine, y lo hace, en lo que parecen sus memorias fílmicas, con “Paris-Tombuctú”, título tan desorientador, como el propio desarrollo de la película. Retomando como protagonista a Michel Piccoli, que ya lo fuera de su trabajo más personal “Tamaño natural”, hace un recorrido, a modo de auto homenaje, en el que repasa sin ningún pudor sus obsesiones, sus posturas políticas y sociales, y porque no, sus propios miedos.
El film está rodado con su magnífico ritmo de comedia alocada y aparentemente incongruente, en el que nos vuelve a recordar viejas opiniones, ya expuestas en su carrera, y nuevos temores, ahora ya, acaso, muy personales. Quizás no debamos pasar desapercibidos los continuos y ácidos flirteos que hace en la película con el anarquismo, para acabar con la calificación absolutamente contundente de “anarco turista”. Un desencanto con la sociedad, y posiblemente consigo mismo, o un simple acomodamiento a las nuevas circunstancias, quien sabe, que rubricará en el plano final de su, por qué no admitirlo, genial filmografía.
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