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José Zorrilla nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817. Su padre era absolutista ferviente y protegido de Calomarde, ministro de Gracia y Justicia durante la restauración absolutista de Fernando VII, quien le encargó la Superintendencia General de Policía. El hijo entró interno en el Real Seminario de Nobles de Madrid regentado por los jesuítas, y allí comenzó a leer a Chateaubriand, a Walter Scott y a Fenimore Cooper; y a escribir sus primeros versos.El Superintendente limpió Madrid de maleantes, pero la caída de Calomarde a fines de la "Década Ominosa" trajo la de sus protegidos. En 1833 Zorrilla se instala en Toledo para estudiar Leyes, según deseo de su padre. Pero allí se dedica a la lectura de sus poetas favoritos y a conocer los recovecos de la vieja ciudad, que desde entonces quedaría presente en muchas de sus leyendas. Obligado a trasladarse a Valladolid (1834), pronto hizo amistad con otros estudiantes aficionados a las musas. Allí pasó un par de años de vida descuidada y alegre, muy a pesar de las vigilantes amistades de su padre. En 1836 abandona los estudios y se escapa de la vigilancia paterna, primero a Valladolid y de allí a Madrid, dispuesto a abrirse camino con sus versos. Ya en la capital, vivió una temporada de estrecheces, acosado además por las pesquisas familiares. Malvivía haciendo ilustraciones para el Museo de las Familias de París y cuando la policía clausuró un periódico donde colaboraba, pudo fugarse gracias a un gitano amigo que le sacó disfrazado por el puente de Toledo.Tras el suicidio de Larra en 1837 algunos amigos piden a Zorrilla que leyera unos versos en el cementerio. Este los compuso aquella misma noche. La popularidad de Larra hicieron del entierro una ceremonia memorable a la que asistieron, de riguroso luto, todos los artistas y literatos de Madrid. En la despedida dada por los poetas destacaron sus versos y al salir del camposanto Zorrilla era el poeta festejado por todos; el periódico El Porvenir le ofreció un sueldo de seiscientos reales y, finalmente, El Español le brindó la vacante dejada por Larra.La carrera literaria de Zorrilla fue vertiginosa desde entonces, y en aquel mismo 1837 apareció <em>Poesías</em>, su primer libro, y dos años después estrenó <em>Juan Dandólo</em> en colaboración con García Gutiérrez. Contrae matrimonio con doña Florentina Matilde de O'Reilly, viuda y dieciséis años mayor que él. Pero los celos de la esposa terminaron de indisponer al poeta con su familia, le hizo abandonar el teatro y, finalmente, emigrar a Francia (1850) y luego a México (1855).Entre 1839 y 1950 Zorrilla escribió la mayoría de sus mejores obras: <em>El zapatero y el rey</em> el primer volumen de <em>Cantos del trovador</em> en 1840; la segunda parte de <em>El zapatero y el rey</em> al año siguiente; <em>Sancho García</em> en 1842; <em>El puñal del godo</em> y <em>El caballo del rey don Sancho</em> en 1843; <em>Don Juan Tenorio </em>en 1844; y un largo etcétera.El autor del Tenorio pasó varios años en intentando negocios ilusorios y dando lecturas poéticas en Cuba y en México, siempre muy bien recibidas. Contrajo amistad con el emperador Maximiliano, quien le nombró director del incipiente Teatro Nacional mexicano, pero mientras el poeta estaba en España, Benito Júarez puso fin a la vida de Maximiliano.El segundo período español de Zorrilla abarca desde 1869 hasta 1893, en el que había de experimentar los placeres del éxito y, con más frecuencia los apuros económicos. A pesar de los homenajes, era un hombre ya achacoso y desilusionado por la constante mezquindad que le rodeaba. Tras una enfermedad de tres años murió Zorrilla en Madrid, la mañana del 21 de enero de 1893, y la muchedumbre acudió a su entierro para honrar al autor.Mientras la mayoría de los románticos españoles tuvo en su juventud una orientación neoclásica y maestros o modelos como Quintana y Lista, Zorrilla se formó leyendo ya al duque de Rivas y a Espronceda, por quienes sintió admiración. Dotado de fantasía desbordante y de sin igual facilidad para versificar, fue prototipo de los escritores españoles del tiempo, verbosos e indisciplinados, de atropelladas lecturas y de conocimientos limitados y un tanto superficiales. Católico y amante de la tradición, el autor de las Leyendas dio al romanticismo un sello castizo, haciéndole accesible al lector medio de la época. Su obra carece de intimidad y no plantea problemas ideológicos; aspira a reflejar la España caballeresca poblada de nobles capitanes, moros galantes y encantadas princesas, convencionales siempre. Zorrilla tuvo el infortunio, literariamente hablando, de sobrevivir a su tiempo, pues continuo escribiendo hasta 1893 sin que ni su estilo ni su temática hubiesen evolucionado lo suficiente para asimilarle a las nuevas tendencias.
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